
Reproducimos el siguiente relato del blog de nuestro compañero Vladimir Merino Barrera, socio de la Asociación Republicana de Málaga
VICTORIA KENT SONRÍE
Olga Ramos, la cupletista, ha interrumpido su espectáculo, no quiere dejar escapar la oportunidad de saludar y, a su vez hacer pública la presencia en la sala madrileña de una mujer a la que admira y respeta desde hace años, de una mujer a la que no le ha sido permitido disfrutar de una vida fácil y sencilla, de alguien que a lo largo de los años ha sufrido más zarandeos que una vieja barcaza sobre aguas turbulentas, y más incomprensiones que un juez dictando sentencias.
—¡SEÑORAS, SEÑORES! ¡DAMAS Y CABALLEROS! —Olga Ramos se dirige al sorprendido público que abarrota la sala— «No es mi intención confundirles con esta circunstancial y pequeña modificación sobre el programa previsto. En el entreacto he sido informada de la presencia entre nosotros, de una dama a la que yo, y creo que todos los presentes, deberíamos saludar y homenajear; de una mujer castigada al exilio y que hoy, aquí, en este maravilloso año 1977, por fin ha podido hacer realidad el sueño de volver a pisar su patria. Es mi deseo y obligación agradecer su presencia y para ello, qué mejor que dedicarle una canción que como los entendidos conocerán, la gran Celia Gámez y a través de la revista musical «Las Leandras» inmortalizó hace más de cuatro décadas».
Y tras apercibirse las primeras notas musicales…
—¡Con ustedes de testigos y gran satisfacción por mi parte…! ¡VA PARA LA SEÑORA VICTORIA KENT, AQUÍ PRESENTE!
Sin dar tiempo a la reacción del público, nuevamente suena la música acompañando a la cupletista, que con su peculiar estilo, marcando un tono dulce y provocativo, interpreta:
¡Pichi!
es el chulo que castiga
del Portillo a la Arganzuela
porque no hay una chicuela
que no quiera ser amiga
de un seguro servidor,
… /…
¡Pichi!
no reparo en sacrificios,
las educo y estructuro
y las saco luego un duro,
pa gastármelo en mis vicios
y quedar como un señor,
… /…
¡Pichi!
anda y que te ondulen
con la ‘permanén’,
y pa suavizarte
que te den ‘col-crém’.
Se lo pués decir
a Victoria Kent
que lo que es a mí,
no ha nacido quién,
… /…
El público arranca en aplausos, quizás más en consideración hacia la artista, que por las motivaciones expuestas.
Las luces de la sala se han encendido, la cupletista desciende del escenario con una rosa amarilla en la mano. Junto al pasillo central, entre los asistentes, una mujer de apariencia ya octogenaria, algo azorada y confundida, se eleva del asiento para recibir ante centenares de testigos un cálido abrazo de Olga Ramos. Entre los presentes, hay unos pocos que conocen y recuerdan a la anciana, también están quienes simplemente han oído hablar de ella, y como no, también asisten esos otros para los que —principalmente personas jóvenes o de mediana edad—, la señora mencionada resulta ser una total desconocida.
Cuando los aplausos comienzan a declinar, varias docenas de personas, ya de pies y tras la sorpresa inicial, optan por reforzar las aclamaciones. Las palmas tienen efecto contagioso y, en breves instantes todo el público, unos porque en esos breves instantes han conseguido memorizar, otros por la inercia del recinto, todo el mundo, abandonados los asientos, palmotea y aplauda la presencia de la malagueña Victoria Kent. Junto a ella, a su derecha y también de pies, aplaude con gran sentimiento su amigo y diputado Tierno Galván. En el lado contrario, a la izquierda de la homenajeada, la neoyorquina Louise Crane, también anciana y elegantemente vestida, tras la finalización de los aplausos, con emoción contenida abraza a su, desde hace décadas, inseparable compañera. Dos discretas, casi inapreciables lágrimas nacen del corazón de una mujer exiliada de su país, durante al menos treinta y ocho años.
—¿Sabe? —Comenta la cupletista— esta canción del Pichi, a lo largo de los años la he interpretado numerosas veces, pero no le miento si le digo, que es la primera vez que he me he atrevido a incorporar su nombre, tal y como anteriormente —a la dictadura quiero decir—, la cantaba nuestra querida Celia Gámez.
Victoria Kent sonríe, es una sonrisa de agradecimiento pero también de resignación. No es necesario que nadie le explique, conoce perfectamente lo que ha significado para ella y su país la censura oficial.
Esa noche en la habitación del hotel, en la soledad de las paredes, necesita más tiempo del normal para reconciliarse con Morfeo. Son muchas las emociones y numerosos los recuerdos. Treinta y ocho años la separan del fin de la guerra, del inicio del exilio.
Primer fragmento de una larga biografía: La vida de una mujer llena de compromiso, de pasión por la justicia. Por su república mancillada.

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